Las sorprendentes parábolas de la misericordia que leemos en este domingo —la dracma perdida, la oveja perdida y el hijo pródigo (no perdido)— nos descubren las entrañas de Dios tal como las conoce Jesucristo. Si hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse (según ellos, claro), quiere decir que Dios necesita de los pecadores para que el cielo no se abisme en la tristeza. No se me malinterprete pensando que animo al pecado para que el cielo no pierda su alegría. Quiero decir que la alegría de Dios es infinita, como todo lo suyo, cuando un pecador se levanta del fango para volverse al Padre. Dios, descrito por Jesús, como el anciano padre que otea el horizonte con la esperanza de ver retornar a su hijo, se revela mejor a sí mismo cuando recrea que cuando crea. Crear de la nada, para Dios, es sencillo. Recrear lo malogrado es un acto tan

El comienzo de curso es una invitación a la esperanza. Este curso, además, iniciamos un trienio pastoral (2023-2025), bajo el lema de «Hago nuevas todas las cosas», tomado del libro del Apocalipsis. Cristo, el Hijo de Dios, ha venido a renovar el plan de Dios e invitarnos a la verdadera novedad sobre el cosmos y sobre el hombre. Hacer nuevas todas las cosas significa entrar en el dinamismo de Cristo y colaborar con él en la recreación de todo. Se trata de una meta ambiciosa y posible, porque Cristo ha resucitado de entre los muertos y ha metido en la entraña del hombre y del cosmos el germen de la renovación.

            Durante estos tres años, tendremos como objetivo la evangelización con misioneros evangelizados. De esto se ha hablado mucho desde el Concilio Vaticano II, pero hemos avanzado poco. No

La relación del hombre con Dios puede contaminarse con los mismos vicios de las relaciones humanas: manipulación, chantaje, dominio, seducción. La gran diferencia es que, en estos intentos, el hombre siempre lleva las de perder. Dios es soberano y no se deja enredar por el hombre, y el hombre que lo intenta es un necio si piensa que puede manejar a Dios a su arbitrio. Cuantas veces nuestra oración se orienta en estos términos: Señor, si me das esto, te prometo que…; si me concedes tal cosa, aumentaré mis limosnas…

Como Dios conoce bien al hombre, en ocasiones se digna rebajarse a nuestros esquemas y acepta negociar, pero siempre —claro está— manteniendo las distancias y señalando al hombre los límites que no debe traspasar. El hombre profundamente religioso lo sabe y, si negocia algo con Dios, siempre se sitúa en su nivel de

La liturgia de este domingo nos presenta dos escenas de hospitalidad, tan característica del pueblo judío y, en general, de la cultura semita. Abraham acoge en su tienda de nómada a tres hombres que, según el texto bíblico, son imagen del Dios que se aparece al patriarca. La tradición ha visto en ellos un símbolo de la Trinidad, representada bajo la figura de tres ángeles sentados en torno a una mesa. Abraham les prepara un banquete y ellos, en correspondencia, le prometen que su anciana mujer dará a luz un hijo al cabo de un año, que será el hijo de la promesa, Isaac.

En el Evangelio, Jesús es recibido en casa de dos hermanas Marta y María, hermanas de Lázaro, que también le obsequian con un banquete. Durante su preparación, Marta se queja a Jesús de que su hermana no le ayuda en la preparación de la mesa, pues María, sentada a

Después de aplazar en tres ocasiones a causa de la pandemia la Visita Pastoral a los arciprestazgos de Fuentepelayo y Coca-Santa María, hemos podido realizarla durante este curso pastoral. El Obispo, como pastor de la Diócesis, debe visitar sus comunidades para confirmarlas en la fe y alentarlas en su camino hacia el Padre. Es una ocasión óptima para conocer de cerca al pueblo cristiano. A su vez, las comunidades confirman al obispo en su ministerio, pues, como dice una oración de la liturgia, el progreso de los fieles es la alegría del pastor. He de decir que, en general, me he sentido acogido y edificado por el pueblo fiel y sencillo que conforma la vida de las parroquias a pesar del secularismo y la increencia actual. Doy gracias a Dios que me ha permitido constatar que la fe está viva, aunque los creyentes disminuyan.

Es frecuente entre los cristianos que al escuchar la palabra «vocación» pensemos de inmediato en la llamada especial al sacerdocio, a las misiones o a la vida consagrada. Pocos piensan en la vida como vocación, o en la vocación a vivir, que es la primera de todas las vocaciones. La palabra «vocación» viene del latín vocare, que significa llamar. Dios llama al hombre cuando inicia su existencia en el seno materno. Es la primera y fundamental vocación: la llamada a la vida. Vivir con pleno sentido significa que el tiempo en este mundo es una gracia de Dios para desarrollar nuestra condición de personas. Todo hombre, sin excepción, es vocación. Y, al mismo tiempo, es misión porque no se concibe que Dios llame a alguien sin otorgarle una misión específica. Así lo dice el Papa Francisco: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como

La solemnidad del Corpus Christi centra la atención en el Sacramento de la Eucaristía, que es fuente y culmen de toda la vida cristiana. La Eucaristía es el mismo Cristo anonadado bajo las especies sacramentales del pan y del vino. El Hijo de Dios no solo quiso participar de nuestra carne y sangre (cf. Heb 2,14), sino que ha querido hacerse alimento de vida eterna para los hombres. La Eucaristía es comida y bebida de inmortalidad.

El pueblo de Israel esperaba, en tiempo de Jesús, la llegada de un mesías y sacerdote que fuese el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Leví era la tribu sacerdotal de la que, según la ley de Moisés, salían los ministros del templo. En la liturgia de hoy se habla de otro sacerdocio, distinto del levítico, personificado en la figura de Melquisedec, que ha pasado a la historia como tipo de Cristo

El misterio de la Santísima Trinidad que celebramos este domingo es para muchos cristianos una cuestión de debate teológico sin conexión con la vida diaria. Jesús, sin embargo, le dio gran importancia al hablar del Padre, de sí mismo como Hijo, y del Espíritu Santo. El judaísmo y el islam consideran que los cristianos somos politeístas porque, aunque afirmamos la existencia de un solo Dios, confesamos la Trinidad como si fueran tres dioses. Si Dios es, en sí mismo, un profundo misterio, la fe en la Trinidad hace más compleja aún la reflexión teológica.

            No es así, sin embargo, en la evolución que la fe en un solo Dios ha experimentado en el Antiguo Testamento y, sobre todo, en la enseñanza de Cristo. Con toda naturalidad, Jesús ha hablado de su Padre y del Espíritu, con quienes mantiene una relación

El pasado 15 de mayo clausuramos la etapa diocesana del Sínodo de Obispos convocado por el Papa para el año 2023 sobre el tema «Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión». El resumen de las diversas aportaciones es muy ilustrativo del interés que ha suscitado esta convocatoria en la que han podido participar quienes han querido. Como en todo lo que sucede en la Iglesia, hay luces y sombras.

            En el informe se ha insistido mucho en que todos formamos la Iglesia de Cristo y en ella todos tenemos nuestra voz y nuestro compromiso personal. La consulta realizada ha servido para sentirnos libres a la hora de expresar cómo es nuestra adhesión a la iglesia y cuál es nuestra participación real en ella. Los laicos piden mayor participación en las decisiones de la Iglesia. No sólo ser escuchados, sino

La vida de Jesús ha sido comparada con un viaje. Un viaje desde el Padre a los hombres, de la eternidad al tiempo. Esto es lo que sucedió en la Encarnación, cuando el Hijo de Dios acampó entre nosotros. Y un viaje de retorno, una vez resucitado, que Jesús describe como «me voy al Padre». Se cierra así su ciclo en la historia de la humanidad. A este retorno se le llama «Ascensión». El evangelista historiador, llamado Lucas, dice al comienzo de su segunda obra, Los Hechos de los Apóstoles, que Jesús se presentó a sus apóstoles «después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Hch 1,3). Este tiempo de apariciones se clausura con la Ascensión, que describe de esta manera sobria: «A la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nueve se lo quitó de la vista» (Hch 1,9). En su Evangelio, lo narra de